domingo, 11 de septiembre de 2016

Es duro predicar


León Felipe es mi poeta preferido. La verdad, no puedo decir que lea mucha poesía, pero me gusta leerla. No llego al extremo de ese político diciendo: "Les recomiendo que lean a Kant, es uno de mis autores de referencia, aunque no he leído ninguna de sus obras". Yo sí he leído a León Felipe y me gusta mucho.

Cada semana tengo que predicar en mi Iglesia. Es una sensación extraña estar parafraseando a Jesús; yo creo que su vida ya habla por si misma, sin añadido alguno. Pero sé que es necesario recordar "la antigua historia" (como dice el himno) en este mundo acelerado e hiper ocupado en el que vivimos; ayudando a pensar en una época sin apenas tiempo para la reflexión sosegada.

En uno de sus poemas, Parábola, León Felipe nos recuerda que si no vivimos lo que creemos, el mensaje acabará siendo manipulado. En realidad, acabaremos siendo manipulados todos nosotros; más que manipulados, incluso devorados por el monstruo que habremos contribuido a crear.

Cuando Paco Ibañez canta este poema se come también algunas estrofas. Elimina eso de "que la vierta, que la disuelva en su sangre, que la haga carne de su cuerpo..." En la voz de Paco Ibañez, parece que las creencias mejor nos las comamos con patatas, je, je. Pero León Felipe nos invita a interiorizarlas, a hacerlas vida en nosotros, a hacer de nuestra propia vida "un templo".

Predicar es una responsabilidad grande. Es tan grande el mensaje sobre el que reflexionar, que uno se siente muy, muy indigno. A veces tengo la pesadilla de que me palpo el bolsillo interno del chaleco y allá está aún intacta la doctrina, uf... Y no sé si estoy soñando o estoy despierto.

PARÁBOLA, de León Felipe.

“Más él hablaba del templo de su cuerpo”, Evangelio de San Juan, 2: 21.
“Y tomé el libro de las manos del ángel y me lo comí”. Apocalipsis, 10: 9-10.

Había un hombre que tenía una doctrina.
Una gran doctrina que llevaba en el pecho
(junto al pecho, no dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.
La doctrina creció.
Y tuvo que meterla en un arca de cedro,
en un arca como la del Viejo Testamento.
Y el arca creció.
Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.
Entonces nació el templo.
Y el templo creció.
Y se comió el arca de cedro,
al hombre y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo:
El que tenga una doctrina que se la coma, antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo...
Y que su cuerpo sea
bolsillo, arca y templo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario